martes, 30 de agosto de 2011

Allí

[...] A la luz de la luna vi su cara, manchada de barro y distorsionada por la cólera, y estiré las manos y le agarré con fuerza los brazos para que dejara de agitarlos frenéticamente. El trató de zafarse, pero yo no le solté, has que dejó de gritar y me pareció que al fin su furia amainaba. Al poco me di cuenta de que él también me tenía entre sus brazos. Y durante lo que se me antojó una eternidad seguimos allí de pie, en lo alto de aquel campo, sin decir nada, abrazándonos, mientras el viento soplaba contra nosotros el uno al otro como si fuera la única manera de impedir que nos arrastrara al fondo de la noche.


                        Nunca me abandones · Kazuo Ishiguro

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